''Papá,
mamá... me ejecutarán mañana, quiero daros ánimos. Pensad que yo muero pero que
la vida sigue. Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos, para
ver la muerte de frente. Que mi muerte sea la última que dicte un tribunal
militar. Ese era mi deseo. Pero tengo la seguridad de que habrá muchos más.
Mala suerte! una semana más y cumpliría 25 años. Muero joven pero estoy
contento y convencido'' (José Humberto Baena, fragmento de la carta
enviada a su familia horas antes de ser ejecutado)
En el amanecer del sábado 27 de septiembre de 1975, cinco
jóvenes, militantes antifranquistas, dos de ellos pertenecientes a ETA (Ángel
Otaegi Txiki y Juan Paredes Manot) y tres al FRAP (José Humberto Baena Alonso,
José Luis Sánchez-Bravo Solla y Ramón García Sanz) perdieron la vida ante los
últimos pelotones de fusilamiento del generalísimo Franco, caudillo de España
por la gracia de dios, con el apoyo unánime de todos los ministros de su
“gobierno”. Antes de ello habían sido torturados brutalmente. Los verdugos:
guardias civiles y policías voluntarios.
Hoy velaré
toda la noche
solo y en silencio
Hoy velaré toda la noche
Mañana matarán a Daniel
Mi camarada.
solo y en silencio
Hoy velaré toda la noche
Mañana matarán a Daniel
Mi camarada.
(Manuel
Blanco Chivite. Víspera del fusilamiento, escrito la noche del 26 al 27 de
septiembre de 1975).
Solos, sin una palabra de despedida, fueron fusilados. El único civil que presenció la
ejecución de tres últimos, fue el párroco de Hoyo de Manzanares, quien después
relató los escalofriantes hechos de aquella madrugada: “Además de los
oficiales y guardias civiles que participaron en los piquetes, había otros que
llegaron en autobuses para jalear las ejecuciones. Muchos estaban borrachos.
Cuando fui a dar la extremaunción a uno de los fusilados, aún respiraba. Se
acercó el teniente del pelotón y le dio el tiro de gracia, sin dar tiempo a que
me separara del cuerpo. La sangre me salpicó”.
Apenas faltaban dos meses para la muerte del dictador, pero éste quiso dejar su sello
homicida hasta el último momento. Se celebraron cuatro Consejos de Guerra,
cuatro simulacros en Barcelona, Burgos y
dos en Madrid. Juicios sumarísimos que dieron como resultado once penas de muerte. Seis de ellas fueron
conmutadas.
El abogado Christian Grobet, observador de la Liga
Internacional de los derechos del Hombre, estuvo presente en los consejos de
guerra celebrados en Madrid, bajo la
presidencia de los entonces coroneles Francisco Carbonell Cadenas de Llano y
Ricardo Oñate de Pedro. Este es un extracto de su informe sobre lo que
presenció en los mismos:
“El que
suscribe no puede por menos que comprobar una vez más que los derechos
elementales de la defensa, es decir, el derecho que tiene el acusado a ser
juzgado con equidad ha sido menospreciado en España de la manera más grosera”
“El que
suscribe nunca ha tenido, desde que asiste a procesos políticos en España, un
sentimiento tan acusado de asistir a tal simulacro de proceso, en definitiva
una farsa siniestra, sobre todo si pensamos en la suerte que se reserva a los
acusados”.
Naciones Unidas y gobiernos europeos solicitaron el
indulto para los condenados, las ciudades de Europa se llenaron de protestas,
se intentó asaltar embajadas, boicotear intereses españoles, vetar la entrada
en la Alianza Atlántica, se solicitó la expulsión de la ONU y el gobierno
mexicano rompió con el régimen, no sin antes echar del país al embajador
franquista. Tuvo lugar una huelga general en el país vasco y las ciudades
españolas no se quedaron atrás en cuanto a paros y protestas.
El dictador ignoró, como siempre, cualquier petición de clemencia, y
convocó una manifestación de adhesión a su divina crueldad en la Plaza de
Oriente, a la que acudió acompañado del entonces príncipe Juan Carlos. Fue,
afortunadamente, su última aparición pública.
Texto: © María Torres
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